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Andrés Arroyo narra su experiencia personal con la Comunidad Ancestral Indígena de Chimborazo. Municipio de Morales- Cauca. Experiencia de práctica profesional con OCOPOLIS y comunidades indígenas. En el marco del proyecto “Ruta de incidencia política en el sistema general de regalías, para comunidades afrodescendientes e indígenas”

Si no estas dispuesto a arriesgarte no esperes grandes historias- Anónimo

Falta realizar uno que otro trabajo, preparar algunas exposiciones y de seguro que serán unas pocas noches más de trasnocho para que el ciclo académico al que se le conoce como semestre llegue a su despedida. Las cervezas y el baile que suele acompañar la ceremonia de cierre esta vez vienen escoltadas de algo más, pues admito que, a diferencia de otros finales de semestre, en este siento una ligera intranquilidad o más bien ansiedad, por la incertidumbre que acompaña el proceso final de mi formación universitaria; la opción de grado. He confrontado las distintas opciones que la universidad propone como requisito para el cumplimiento del programa de administración pública, donde la opción que genera un panorama más incidente para aportar granos de tierra a la trasformación de la gestión del entorno en que nuestra vida diaria confluye, es la práctica administrativa.

En aquellos espacios de esparcimiento con los que se convive en la vida universitaria, con una compañera de estudio, solíamos anudar en debates filosóficos, políticos y económicos que en su mayoría se desenlazaban en la identificación de la necesidad que requiere el aparato estatal y sus dinámicas administrativas en articular procesos reales de descentralización, construyendo propuestas de desarrollo en la dirección ascendente del nivel micro al macro y no en viceversa. Así que cuando estaba reunido con el grupo de trabajo que conforma el Observatorio Colombiano de Políticas Públicas - OCOPOLIS -, el tercer sábado de enero del año en curso, en la habitual reunión de socialización bajo la dinámica de la tertulia, al ser mi turno para responder a la pregunta frente a los propósitos profesionales que cada uno de los partícipes tenía en ese momento, manifesté que deseaba hacer mis pasantías universitarias muy pero muy lejos de Bogotá.

Como médico de las organizaciones, el diario vivir de un administrador público está envuelto en la construcción de respuestas efectivas y eficaces a los  diagnósticos construidos con base a los diversos problemas y necesidades que se identifican, en ese sentido, después de haber sido notificado de la gran propuesta de hacer un trabajo  en campo como producto a mi peculiar respuesta de dicha reunión, bajo el proyecto Ruta de incidencia política en el sistema general de regalías para comunidades afrodescendientes e indígenas en el departamento del Cauca para el desarrollo de mis  prácticas administrativas, le di respuesta a todos los asuntos personales pendientes y a los requisitos administrativos para emprender mi viaje un día antes de terminarse el mes de febrero.

¿Por qué tan impaciente? –Me preguntaba mientras observaba la hora que indicaba mi celular, al estar debajo del sol y al lado de unas señoras que al igual que yo también deseaban con ansias la llegada del bus azul de trasporte público. Al parecer ese sería el último día por un buen tiempo en que estaría en mi ciudad, con la compañía de mi familia y de mi círculo social, de la comodidad de mis cosas, de mi zona de confort, pues ahora y por cinco meses estaría enfrentado no solo a un reto de conocimientos y praxis de los mismos, sino que a la par conviviría bajo otras lógicas culturales, otras realidades, otras necesidades. Es sin duda mi curiosidad, mi deseo por transformar e incidir lo que más me impulsaba en esos momentos de incertidumbre.

El día en que arribé uno de los municipios foco del proyecto mencionado con anterioridad, Morales, fue el día de mercado, donde encontré el primer contraste social y cultural. En primera medida fue extraño para mí que fuese el día sábado, pues la mayoría de entornos en los que he estado siempre ha sido el día domingo. Con el paso del tiempo luego descubrimos junto con mis dos compañeros de práctica, que la razón se cobijaba por un acuerdo económico de la zona, pues junto con los municipios del área limítrofe, efectuaron un calendario donde cada uno tenía destinado un día especifico de la semana para la apertura del mercado, logrando así la posibilidad de beneficiar la economía de la región. Desde la óptica administrativa se resalta la importancia de la articulación del trasfondo que busca desarrollar el articulo trecientos seis de la carta magna de finales del siglo veinte y otras instancias desde el campo jurídico, donde la coalición de gobiernos de los territorios logra permear una mejor gestión al no poner en discrepancia fronteras en los territorios, sino por el contrario canalizar las necesidades como puntos de encuentro abandonando la lógica centrípeta.

En el territorio donde converge nuestro proceso final de formación universitaria, confluye una alta pluriculturalidad, pues se encuentran: indígenas pertenecientes al pueblo Nasa; al pueblo Misak; población afro y población mestiza, poniendo en escena para el laboratorio de gestión grandes retos administrativos. Un pensador del siglo pasado, Georg Simmel, propone que la esencia e importancia del espacio no está dada solo desde la óptica de su esquema territorial sino desde su configuración espiritual, es decir, de los diversos lazos y relaciones que los sujetos construyen en la dinámica de relacionarse entre sí en el espacio. En dicho territorio mi experiencia se focalizó de manera diplomática en articular un trabajo de incidencia política y administrativa con el Territorio Indígena Ancestral de Chimborazo -TIAC- porque en la práctica mi acompañamiento se desarrolló a través de diversas necesidades administrativas que afrontaba la figura del Cabildo en su momento.

Al inicio del proceso de convivencia, fue notorio los contrastes sociales en el encuentro de dos mundos que parecen aun tener discrepancias, el rural y el urbano. Al ser un proyecto piloto para ambas partes, las dificultades  frente a lo logístico estuvieron latentes, pero sin duda fue esa peculiar situación la que dejo en el limbo la posibilidad para ampliar el proceso etnográfico y aquel sentipensante, el amor, que convive entre nuestra especie, pues hay que reconocer que ante las dificultades afrontadas al cambiar todo mi estado de confort varias personas del territorio proporcionaron su ayuda desinteresadamente, poniendo en la mesa una panorámica de lo humana que aún es la población rural.     

Puede leerse en esos libros con peculiar olor, donde se ha escrito construcciones de memoria frente al proyecto de nación de este territorio al que llamamos Colombia, quizás concebir y acercarse al entendimiento en propuestas visuales elementos históricos que dan cuenta de nuestro entorno social, tal vez escuchar música que refleja sentimientos y pensamientos de las cotidianidades culturales de los territorios, pero convivir con esas realidades, realmente transforma y enriquece la manera real de percibir el proyecto de nación, de la adaptación integral del reconocimiento del otro como agente trascendental en la construcción de cambio y de las muchas historias que alimentan nuestra crónica.

 Al estar allá estuve inmerso en esa neblina que ha destruido vidas, separados familias, que ha respaldado cuentas financieras de contadas personas, que ha ampliado la brecha de desigualdad, evaporizado ideologías políticas y demás, esa neblina que pareciera no estar a plena luz del día, pero que en el silencio de la noche camina sin cesar. Fue una experiencia que, como citadino corriente amplio mi espectro, genero dudas y también algo de intranquilidad, pero distinto era para la gente del territorio que realmente convive con la guerra, con la amenaza, con la clandestinidad, convirtiéndose en un argumento desvaneciente de la tranquilidad.

Podría decir que mi proceso in situ estuvo marcado por tres etapas de convivencia, la primera, de la cual ya se ha narrado estuvo enmarcada en el proceso de habitabilidad de un municipio de sexta categoría caracterizado ampliamente por la ruralidad. La segunda fase correspondió a vivir dentro de un territorio perteneciente a ese proyecto del mismo país que llaman Colombia, pero que sin duda es diferente en su esencia propia, me refiero a un territorio ancestral indígena (llamado erróneamente como resguardo), construido socialmente por una cultura nativa, administrativamente “autónoma” y ambientalmente diferente. Desde el principio me inquietaba estar en un espacio que no ha sido coaptado aun por las dinámicas pertenecientes al legado occidental que cohabitan en la mayoría del país, pues claramente evoca prácticas sociales distintas. Es tan incidente el autogobierno de la organización indígena, que sin hacer uso tanto física como simbólicamente de los mecanismos de violencia, que logró enfrentarse en dicha neblina por aquella temporalidad, alcanzando hacer trascender su autonomía sobre el concepto más importante que no se logra plasmar en palabras desde su cosmovisión porque es omnipresente en todo lo relacionado con la vida misma, el territorio.

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